domingo, 8 de abril de 2012

Luna y Oscuridad 2


No sé a dónde vamos a ir a parar con esta historia, pero aquí va la segunda entrega.


Con la llegada de Gabriel a su vida, Luna descubrió que tenía muchas cosas que contar ahora que tenía un amigo a quien contárselas. Así que como le diera el día, la chiquilla podía pasarse el día entero parloteando, y Gabriel, él nunca se cansaba de escucharla. En cualquier caso, resultaba de lo más conveniente ahora que Gabriel no hablaba mucho. Escucharla lo mantenía alejado de sus propios pensamientos y eso era bueno. Las horas de cháchara interminables y los días al sol obraron milagros en él, aplacando su furia y disolviendo la sensación de peligro inminente que le perseguía desde que lo sacaron medio muerto de la mina.

Pero el verano termino. Y las pesadillas volvieron.

Era de madrugada cuando Luna se despertó con los ladridos del perro y de golpes. Alguien estaba aporreando la puerta de casa. Cuando se asomó al pasillo su madre ya estaba escaleras abajo abriendo la puerta. 
– ¡Gabriel! ¿Qué te pasa? – exclamó su madre en una mezcla de angustia y de sorpresa. Luna que también corrió escaleras abajo, llegó junto a su madre. Y ahí estaba Gabriel, un Gabriel asustado, con cara de espanto. 
– Gabriel, ¿Estás bien? – Preguntó Luna. Ella lo hizo con mucha calma. Pasó un instante más largo que corto, mientras Gabriel se ahogaba en un par de ojos verde oscuro, casi negros en la oscuridad de la madrugada, que le permitieron recobrar la calma. 
– María… perdóname – dijo finalmente –  Lo siento no quería asustaros. – Sus ojos seguían clavados en Luna – Yo... tuve una pesadilla… necesitaba saber… yo… bueno, solo quería saber si estabais bien. Perdóname – dijo de nuevo avergonzado mientras se giraba hacia la mujer que lo miraba disgustada.

Con todo el alboroto, ninguno de ellos oyó llegar a Antonio, el abuelo de Luna.
– Anda hijo entra. Estás muy pálido. Parece que hayas visto a un fantasma. 
– No hay fantasmas – susurró Gabriel ensimismado – Solamente oscuridad. 
– Ven, haré café. Seguro nos hace bien a todos. 
– No. Gracias. No hace falta– respondió Gabriel, ya más en control de sí mismo – Siento haberos despertado – y con una última mirada de soslayo a Luna, se dio la vuelta y se fue. 

Esto ocurrió el primer día de otoño y fue la primera pesadilla de Gabriel después de un verano largo y apacible. Al principio las pesadillas no fueron demasiado recurrentes, y aunque la siguiente vez que soñó se volvió a presentar en la casa de Luna aporreando de nuevo la puerta y no se calmó hasta que vio a la chiquilla, después simplemente se quedaba fuera de la casa, petrificado hasta que Antonio venía a abrirle la puerta, pues el perro lo despertaba cada vez que Gabriel se presentaba de madrugada. El viejo pastor era un hombre tranquilo y amable, le preparaba un café caliente, le aseguraba que Luna estaba dormida, que todo estaba bien. Gabriel se tomaba el café y luego se iba sin hacer ruido.

Y así empezó el otoño y pasó la mayor parte de octubre, y Gabriel volvió a ser el Gabriel de ojos furiosos y cara de susto. Siempre alerta, siempre angustiado, perseguido por demonios que no conseguía ahuyentar.